Somos bendecidos para bendecir. Dios desea usarte a ti y a tu iglesia para bendecir, sanar, restaurar, liberar y traer justicia a un mundo oscuro y herido. Estamos aquí para bendecir a otros: en nuestras familias, lugares de trabajo, en nuestra comunidad y en el mundo. Ve hacia la necesidad. Vive misionalmente. Sé una voz para los que no tienen voz. Busca la justicia. Testifica de la esperanza que tienes. Ahora ve.
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La visión de Dios para nuestro mundo es audaz. Quiere poner al mundo entero en orden y liberar a la gente de todo lo que socava su capacidad de vivir como portadores de la imagen de Dios. Él nos ha elegido a ti y a mí para participar en este plan. No solo somos llamados a evangelizar, alimentar a los pobres y curar a los enfermos, sino también a buscar la justicia y combatir la corrupción en nuestra ciudad. Defender a los oprimidos. Proteger los derechos de los pobres. Alzar la voz por aquellos que no pueden defenderse por sí mismos. Vive con integridad y haz justicia.
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La vida está llena de problemas y necesidades inesperadas, grandes y pequeñas. Presta atención a los momentos en los que Dios te llama a la acción, sin importar cuán ordinaria o extraordinaria sea la situación. Mira las “interrupciones” como invitaciones a compartir tangiblemente el amor de Cristo. Escribe una nota de ánimo. Visita a los enfermos o a los que están de luto. Comparte una comida. Aborda prácticamente las necesidades de tu comunidad.
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¡Alégrate, pues puedes dar a otros! Piensa en dar como un privilegio en vez de una obligación, una alegría en vez de una carga. Al considerar todo lo que se te ha confiado – tiempo, habilidades y dinero – pregunta: “¿Cómo me llama Dios a compartir lo que se me ha dado para hacer avanzar su Shalom en mi familia, iglesia, comunidad y mundo?” Recuerda, lo que tienes no es tuyo – es de Dios.
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Trabaja en equipo. Colabora con los demás miembros de tu iglesia y otros en tu comunidad para encontrar las mejores soluciones. La colaboración aligera la carga, genera mejores ideas que cuando las personas trabajan solas, e impulsa los dones que Dios nos ha dado a todos. Para lograr un cambio duradero, debemos hacer las cosas CON los demás, no PARA ellos.
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Permite que otros vayan al frente y comparte el liderazgo. Suelta los trabajos que siempre has hecho y anima a que surjan nuevos líderes. No te sientas amenazado por otros, sino que lidera equipándolos, incluyendo a los jóvenes y a los que son pasados por alto. No sólo son el futuro de nuestra iglesia, sino que son de vital importancia para nuestro presente. Recuerda: Jesús comenzó a construir su ekklesia con líderes humildes que a menudo eran despreciados por la sociedad.
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Los seguidores de Jesús no son consumidores religiosos. Si quieres seguir a Jesús, es tu tarea imitarlo, obedecerlo, revestirte de su carácter y unirte a su misión de renovar el mundo. Entonces busca oportunidades para compartir lo que has aprendido con otros y hacer discípulos que hagan más discípulos. Recuerda, un “discípulo” que no hace discípulos no es un discípulo.
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Dios te ha encomendado tu historia. Cuando te invitó a incorporar tu historia en la suya y aceptaste, algunas cosas empezaron a cambiar. ¿Has experimentado la bendición, sanidad y transformación de Dios desde entonces? ¡No te lo guardes! Comparte cómo Él ha trabajado en tu vida con tus vecinos, compañeros de trabajo, amigos y con desconocidos. Luego, pídele a Dios oportunidades para contarles a otros Su historia.
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Pide primero la guía y la bendición de Dios en todo lo que hagas. Ora por sabiduría y por que la voluntad de Dios se haga en tu vida, comunidad y ciudad como en el cielo. Permite que tu corazón se quebrante por aquellas cosas que quebrantan el corazón de Dios y luego pide que el amor y la bendición de Dios se revele a tu familia, iglesia, vecinos y compañeros de trabajo, en las buenas y en las malas. Finalmente, pídele a Dios que abra tus ojos a las necesidades que te rodean y te ayude a ser parte de su respuesta a tus oraciones.
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Dios desea abrir las puertas de tu iglesia a todas las personas. Da una cálida bienvenida a los recién llegados y salúdalos con una sonrisa. Como lo hizo Jesús, acepta a las personas y no las juzgues a primera vista. Ama incondicionalmente, y como Cristo te ha recibido, recibe a personas diferentes a ti. Muestra un interés genuino en los demás y haz que la gente se sienta como en casa. Practica la hospitalidad. Cuando puedas, invita a la gente a comer o a tomar café en tu casa, incluyendo vecinos o gente del trabajo.
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