Nuestro Dios es un Dios misionero, un Dios enviador, que está más comprometido con este mundo y su restauración de lo que nosotros podríamos estarlo. Él realizó el mayor sacrificio, al enviar a su Hijo para iniciar un movimiento de Shalom en la tierra, dispuesto a dar su vida, para que, por medio de la sangre de Cristo derramada en la cruz, Dios pudiera hacer shalom con todo lo que hay en el cielo y en la tierra y reconciliar todas las cosas a sí mismo. Esta Missio Dei (o misión cósmica de Dios) es lo que unifica toda la Escritura desde la creación original en Génesis 1, hasta la nueva creación en Apocalipsis 22. Lo más sorprendente es que Dios nos invita a formar parte de esta misión. “Como el Padre me ha enviado, yo los envío”, dice Jesús.[i] Esto significa que tenemos que involucrarnos en la misión de Dios y convertirnos en misioneros nosotros mismos, si queremos conocer mejor al Dios de la misión. También implica que estamos llamados a apropiarnos de la misión de Jesús y seguir sus pasos, somos enviados a llevar la Buena Noticia a los pobres, a proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar el año del Jubileo.[ii]
Mientras llevamos a cabo esta misión, no podemos permitirnos separarnos del mundo o apartarnos de las necesidades a nuestro alrededor. En cambio, como Jesús, hemos sido enviados a servir a nuestras comunidades y participar activamente en la vida de nuestros barrios, ya sea que nos sintamos bienvenidos o no. Nuestra misión no consiste en proporcionar a la gente una ruta de escape de este mundo, para que puedan ” ir al cielo después de morir”; sino en ayudar a hacer realidad el sueño de Dios de shalom para nuestro mundo. Cuando no lo hacemos y permanecemos atrapados dentro de las cuatro paredes de nuestras iglesias, permitiendo que el miedo a ser contaminados nos haga mantenernos alejados del “mundo”, perdemos la esencia de lo que como ekklesia – la asamblea de aquellos llamados a buscar el shalom de su ciudad – se supone que debemos ser. Erwin McManus lo dice así: “Cuando la iglesia se niega a servir al mundo, comienza a consumirse. Se encuentra a sí misma deteriorándose, marchitándose y perdiendo su fuerza.”[iii] El reformador del siglo XVI, Martín Lutero, lo dijo de manera similar: “Si nuestro discurso no aborda el punto preciso en el que el mundo de nuestro tiempo está doliendo, no estamos realmente predicando la Palabra.”[iv] Pero entonces, ¿cómo podemos ser parte de la misión de Dios en la Tierra? ¿Cómo podemos ayudar a que la visión de Dios del shalom se haga realidad en nuestras comunidades y naciones? ¿Por dónde empezamos?
Primero, ora y luego vuelve a orar. Es interesante notar que en sus últimas instrucciones a sus discípulos antes de ascender al cielo, Jesús les dijo que fueran a Jerusalén, que oraran juntos y que esperaran la llenura del Espíritu Santo. La ekklesia nació de esa poderosa reunión de oración. Esto significa que oramos porque la visión de Dios excede nuestras habilidades. Oramos porque sabemos que necesitamos el poder de Dios y su extraordinaria provisión para convertirnos en testigos misioneros en nuestras propias ciudades y hasta los confines de la tierra. Oramos porque el reino de Dios no vendrá a través de esfuerzos valientes, sino por medio de orar, “que venga tu reino”. Oramos porque sabemos que separados de él, no podemos hacer nada.
Segundo, no guardes en secreto las buenas noticias del Reino de Dios. En vez de eso, comunica la visión de Dios de Shalom contando y volviendo a contar la historia redentora del evangelio para que la gente pueda volverse a Cristo, ser salvada de sus pecados y convertirse en parte de la fuerza revolucionaria de Dios para restaurar esta creación a su propósito original. Recuerda que es a través de las historias que a menudo nos conectamos con otros de corazón a corazón. Así que, comienza escuchando las historias de la gente a tu alrededor sin juzgarlas. Cuando haces esto genuinamente y muestras verdadero interés, los bendices, y te ganas el derecho a ser escuchado tú también. En ese punto, comparte tu propia historia, cómo te has convertido en parte de la GRAN Historia de Dios y cómo continuamente buscas vivir esta Historia.
Tercero, sé un discípulo que hace discípulos. Como discípulo, no te distingas simplemente por “adherirte a una sola religión, o culto a Jesús, sino por un estilo de vida que refleje el amor y la justicia del Reino de Dios”.[v] Aprende a seguir al Jesús de los Evangelios, que buscó cambiar los corazones humanos Y TAMBIÉN la sociedad. Luego ve y haz más discípulos, ayudándolos a “aprender la obediencia a su Señor en todas las circunstancias de la existencia diaria, privada y pública, personal y social, espiritual y material”.[vi] Aunque esto será costoso, el costo del discipulado debe ser comparado con el terrible precio del no discipulado, para usted mismo, para los que le rodean y para las ciudades y naciones que podrían ser transformadas.[vii]
Cuarto, abre puertas para que otros dirijan. “El principio de dirigir una buena iglesia es no retener a la gente, no controlar a la gente. Es impulsar a la gente a correr con lo que Dios les ha llamado a hacer.”[viii] Es permitirles crecer y florecer en sus dones y carismas, sin sentirse amenazados. Miren a Jesús quien invirtió en las vidas de sus discípulos, los equipó y luego puso el trabajo de avanzar la misión de Dios en sus manos, a pesar de sus defectos y todo. Cuando abres las puertas para que otros dirijan, reproduciéndote en ellos, permites que muchas generaciones participen juntas en la misión de Dios, y el trabajo de avanzar en la misión de Dios continuará, incluso después de que tú ya no estés.
En resumen, “Las Escrituras son claras en cuanto a que el propósito de Dios para la iglesia es más amplio que la evangelización. Es más extenso que la plantación de iglesias. Es más profundo que el discipulado espiritual. Es más vasto que abordar las injusticias sociales. Es más grande que alimentar a los hambrientos”.[ix] Más bien, Dios quiere que seamos parte de la Missio Dei, alineando nuestras vidas y prioridades con Su misión. Cuando lo vivamos- imitando la misión de Cristo, dando testimonio de todo el Evangelio, haciendo discípulos que hagan más discípulos, y movilizando a la gente a hacer lo que Dios les llama a hacer, el mundo- especialmente la parte del mundo que está física, social o emocionalmente quebrantada – podrá más fácilmente entender la compasión de Dios y el sueño del shalom.[x]
[i] John 20:21
[ii] Luke 4:18-19
[iii] Erwin McManus, An Unstoppable Force: Daring to Become the Church God Had in Mind, 35
[iv] Quoted in Melba Padilla Maggay, Transforming Society, 4
[v] C. René Padilla, The Local Church: Local Change and Global Impact, accessed online in September 2015 at https://religiondocbox.com/Christianity/96820242-The-local-church-local-change-and-global-impact.html
[vi] C. René Padilla, The Local Church: Local Change and Global Impact, accessed online in September 2015 at https://religiondocbox.com/Christianity/96820242-The-local-church-local-change-and-global-impact.html
[vii] Dallas Willard quoted in Brian McLaren, The Secret Message of Jesus: Uncovering the Truth that Could Change Everything, 234
[viii] Brian Hathaway, pastor of Te Atatu Bible Chapel in Auckland, New Zealand, quoted in Ronald Sider, Cup of Water Bread of Life, 94
[ix] Bob Moffitt, If Jesus Were Mayor: Transformation and the Local Church, 29
[x] Adapted from Bob Moffitt, A Narrow View of the Gospel – Implications for Mission; accessed online in September 2015 at http://darrowmillerandfriends.com/wp-content/uploads/2012/01/a-narrow-view-of-the-gospel.pdf
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