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Shalom con mi Comunidad

La fe cristiana no es una fe privada; no es una fe que principalmente esté destinada a traernos paz y salvación individual. En lugar de eso, es fundamentalmente una fe compartida a través de la cual encontramos pertenencia, propósitos compartidos y una misión compartida. El misiólogo sudafricano, David Bosch, lo expresa así: “El cristianismo que no comienza con el individuo, no comienza; pero el cristianismo que termina con el individuo, termina”.[i] En otras palabras, fuimos creados para tener comunidad con otros, ya que es en comunidad donde crecemos y cambiamos, aprendemos a amar y a abrazar, aprendemos a bendecir y a servir y a pensar más allá de nosotros mismos. Las famosas palabras de Blaise Pascal, matemático y filósofo francés del siglo XVII, le hacen eco a esta verdad: “No es el Dios de los filósofos y eruditos… No es el Dios de una verdad que puede ser “aprendida” o alcanzada de forma aislada, sino un Dios ligado a una familia humana y que sólo se encuentra dentro de esta familia. El objetivo de la misión [del pueblo de Dios] es crear una comunidad – para despertar no sólo una fe, sino una fe compartida.” [ii]  

 

 

El sueño de esta comunidad Shalom, entonces, es como un hilo dorado tejido a través de toda la narrativa bíblica. Varios escritores y líderes bíblicos lo llaman con diferentes nombres: el reino de paz, el nuevo cielo y la nueva tierra, el reino de Dios, la Nueva Jerusalén. De hecho, Jesús fundó la ekklesia – la asamblea de los llamados a buscar el shalom de su ciudad – para dar cuerpo a la idea de la comunidad Shalom a través de su vida juntos. A través de sus relaciones redimidas debían mostrar a un mundo dividido que la separación, la alienación y las barreras de todo tipo podían ser superadas a través del poder reconciliador de Cristo.[iii] Como dice Dallas Willard: “El objetivo de Dios en la historia es la creación de una comunidad inclusiva de personas amorosas, incluyéndose a Sí Mismo en esa comunidad como su principal sustento y el habitante más glorioso.”[iv] De ahí que “la plantación de iglesias no puede ser el objetivo final de la misión, sólo el comienzo”. Una iglesia llena de vida y amor, trabajando para el bien de la comunidad en la que Dios la ha puesto, es el fin apropiado de la misión”.[v]  Por eso la primera ekklesia no sólo se preocupaba por la salvación de individuos, sino que entendía que su propósito era la proclamación del reino de Dios, la vivencia de una nueva forma de vida y la restauración de la creación.[vi]  Sin embargo, ¿cómo podemos ser el cuerpo de Cristo en la Tierra? ¿Dónde y cómo empezamos?

 

 

En primer lugar, asume la responsabilidad de tu iglesia. Es tu comunidad de fe. Tu comunidad de aprendizaje. Tu comunidad de crecimiento. Tu comunidad de pertenencia. No dejes todo en manos de los que están en el liderazgo. En vez de eso, participa activamente en la vida y la misión de tu iglesia. Usa los dones y habilidades que Dios te ha dado para bendecir a los demás. Pasa de ser un consumidor religioso a ser un miembro activo del cuerpo de Cristo. Junto con otros, participa en el trabajo de glorificar a Dios, servir al prójimo, compartir la verdad, redimir al mundo y vivir como el pueblo de Dios – en shalom.

 

 

Segundo, busca celebrar la unidad y disfrutar la diversidad. Como cualquier cuerpo compuesto de diferentes partes, así es el cuerpo de Cristo. Nadie es más especial o más valioso que los otros. Todos son importantes y tienen un papel que cumplir. Por eso es vital que consideres las ideas y experiencias de aquellos que son diferentes a ti. Cuando lo haces, te enriquece. Así que, participa en la construcción de una comunidad de shalom, acepta a las personas diferentes a ti, y busca estar dispuesto a aprender de ellos, y a ministrar junto con los demás en un espíritu de unidad en la diversidad.

 

Tercero, encuentra fuerza en pertenecer. Como cristianos estamos llamados a pertenecer, no sólo a creer. No estamos destinados a vivir vidas solitarias, sino que estamos llamados a pertenecer a la familia de Cristo y a ser miembros de su cuerpo. Esto significa que la iglesia existe para proporcionar una comunidad significativa para los creyentes; un lugar para recibir apoyo, cuidado, ánimo y amistad. Sin embargo, necesitas elegir querer pertenecer a esta comunidad. Esto requerirá determinación y voluntad de “acercarse a los demás”, abrirte y hacerte vulnerable. Cuando lo hagas, verás que te será posible experimentar más shalom.

 

 

En cuarto lugar, busca mostrar hospitalidad al hacer que los demás se sientan como en casa. Desafortunadamente, “la cultura cristiana es a menudo una barrera para que la gente se enamore de Jesús”, porque, la mayoría de las veces es rígida y exclusiva, en vez de ser cálida y acogedora.[vii]  ¿Cómo era esto posible? Pues bien, la vida de la primera ekklesia se centraba en reuniones en casas privadas, con “un enfoque en una comida común”.[viii]  No como hoy en día, donde la mayoría de las iglesias se organizan en torno a un servicio de domingo por la mañana con un predicador y un grupo de alabanza. Para construir una cultura de shalom, entonces, es vital que tu iglesia se convierta, una vez más, en una comunidad donde la hospitalidad, y el hacer que otros se sientan en casa y que el partir el pan en la mesa de la comunión sean parte de su vida juntos. Esto los llevará de ser un grupo de espectadores religiosos a una comunidad de amigos.

 

 

En resumen, Dios quiere que experimentes la alegría de pertenecer a una comunidad donde te sientas acogido y aceptado. Para eso está la iglesia, para apoyarse mutuamente los unos a los otros. Una vez que entendemos esto y también entendemos que la iglesia es el agente de Dios para la redención de este mundo, podemos comprender por qué los escritores del Nuevo Testamento fueron tan persistentes y enfáticos sobre la necesidad de que los creyentes se reconcilien, dejen de lado toda amargura y calumnia, perdonen al otro y caminen en amor como Cristo nos amó. Cuando lo practicamos, el shalom se hace más tangible en nuestras vidas individuales y nuestra vida en común se convierte en una deliciosa fragancia para aquellos en nuestro entorno, lugar de trabajo y ciudad.

 

 

 

[i] David Bosch, cited by David Watson, Discipleship, Hodder and Stoughton, 1983, 199

[ii] Blaise Pascal, Pensée

[iii] Lucien Legrand, Unity and Plurality: Mission in the Bible, 153

[iv] Quoted in Richard Foster, Celebration of Discipline, Revised Edition, 189

[v] Bryant L. Myers, Walking with the Poor, 79

[vi] David Watson, Contagious Disciple Making, 149

[vii] David Watson, Contagious Disciple Making, 53

[viii] Rodney Stark, The Triumph of Christianity, 62